El hombre con ropas viejas y desgastadas se consiguió una vez más caminando por aquel callejón oscuro, los pasos cortos, la espalda encorvada, el cabello que dejaba de ser negro asomaba claros reflejos naturales y la piel arrugada era más huella del cansancio que de los años recorridos.
Siguió caminando dirigiéndose a ese faro, un faro que alumbraba solo una pequeña parte del callejón formando en el piso una clara circunferencia de luz. Al llegar se detuvo manteniéndose al borde del círculo, empezó a caminar cavilando y parecía murmurar algo pero no estaba muy claro lo que decía. Seguía observando la parte iluminada, estaba como indeciso, se mantenía siempre al borde de la luz y parecía que quería entrar en ella, pero no se atrevía, había algo allí que parecía producirle temor. Alrededor ya no se veía casi nada, todo estaba negro y para él lo único que importaba era esa luz. Se mantenía al margen sin poder pisarla, la angustia en su rostro cada vez era más marcada, sus pasos y su respiración se iban acelerando poco a poco, los murmullos eran cada vez más altos, sus manos empezaron a sobarse una a la otra, sus dedos se entrelazaban de manera inquieta, la mirada perdida.
Se trasladó a ese hermoso lago, sentado en un pequeño muelle viendo su reflejo en el agua, su reflejo se vio acompañado de esa brillante cabellera negra que se deslizaba entre sus dedos, esos delicados brazos que lo cobijaban. Ella, el amor de su vida. Los mejores momentos los pasaron en ese lago donde todas las mañanas nadaban desnudos, en esa cabaña donde todas las noches tomaban vino, conversaban y hacían el amor al lado de la chimenea. El amor de su vida, esa persona por la que daría todo, esa persona sin la cual no tiene sentido vivir.
Su cuerpo, ahora acostado en el piso, sus dedos acariciaban el borde de aquella luz blanca, se sentó y poco a poco con el cuerpo tembloroso se fue inclinando hacia adelante para ver dentro de la luz, observó aquel pavimento blanco que paulatinamente se convirtió en su reflejo y se quedó esperando a que viniera su amor a envolverlo entre sus brazos, pero la cabellera negra esta vez no vino en el reflejo sino que emergió del agua acompañada del desnudo cuerpo flotando y la cara sumergida. Una punzada en su corazón lo tiró de espalda alejándolo del círculo de luz, las lágrimas brotaban de sus ojos y un grito ahogado invadía su garganta.
Ya no podía aguantar más ese dolor, esa pérdida inmensurable que lo agobiaba diariamente. Hace ya 15 años que la vida dejó de tener sentido y la búsqueda fallida de la muerte dejaba ya rastros claros de cansancio. La muerte, esa muerte que parecía burlarse alejándose de él cuando intentaba alcanzarla. Esa muerte que además de burlarse le hacía creer que le estaba haciendo un favor ofreciéndole nuevas oportunidades. – ¡No quiero nuevas oportunidades!- gritó el hombre – ¡No las necesito, no las deseo! Mi vida ya no es vida, es un abismo total donde todo lo veo borroso, ya no escucho nada, solo zumbidos llenan mis oídos, solo sabor a tierra percibe mi gusto.
Así el hombre de ropas raídas y pelo canoso se levantó nuevamente en busca de la luz, fue caminando lentamente, al estar cerca se agachó, luego se acostó y empezó a arrastrarse hasta llegar el borde, se detuvo un instante, hizo ademán de observar nuevamente dentro de la luz, pero inmediatamente cerró los ojos, se siguió arrastrando, su cuerpo poco a poco era invadido por el agua, sentía como se sumergía y nadaba intentando llegar al fondo, al alcanzarlo consiguió algo de que asirse y se aferró a ello. Con los ojos cerrados y en ellos pintado el recuerdo de su amada finalmente sus pulmones se llenaron de agua y su corazón dejó de latir.
En un paisaje radiante e iluminado, una mujer de largo y hermoso cabello negro corría felizmente hacia el pozo de los sueños, ese pozo donde todos los días iba a observar a aquel hombre que en un lejano recuerdo formó una parte importante de su vida pero solo parecía un recuerdo difuso, ese hombre a quien ella veía a diario sin entender por qué sufría tanto, ese hombre a quien ella intentaba ayudar a cada momento ofreciéndole nuevas alternativas para llenar su vida pero que parecía no quererlas y rechazaba cualquier oportunidad que el camino le ofrecía. Cuando la mujer llegó al pozo y se asomó observó con tristeza al hombre con el viejo ropaje y el pelo canoso que yacía inmóvil acostado en un callejón bajo la luz de un faro.
Miguel
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